jueves, 9 de diciembre de 2010

logica

Adolescentes en riesgo







Los jóvenes parecen haber adquirido un poder que irrita profundamente a los adultos
  • Más violentos que antes, y también más frustrados y faltos de modelos, forjaron una cultura desconcertante e imprevisible








  • EVA GIBERTI. Psicoanalista
    Por qué las empresas contratan a U2 y a los Rolling Stones? Porque saben que llenarán los estadios con un público multitudinario. ¿Quiénes forman ese público? Los adolescentes. ¿Quiénes transitan por las calles de las ciudades adueñándose de las noches y de las madrugadas durante los fines de semana? Los adolescentes. ¿Quiénes promueven la venta de determinadas remeras, determinadas zapatillas, determinados compactos? Los adolescentes.¿Quiénes preparan su viaje de fin de curso con un año de anticipación y generan empresas destinadas a trasladarlos? Los adolescentes. ¿Quiénes ocupan centimetrajes centrales en las páginas de diarios y revistas, ya porque se editan programas de tevé con sus historias de vida o porque protagonizan hechos diversos: premios internacionales o transgresiones a la ley? Los adolescentes. ¿Quiénes acumulan muertos en sus filas por errores policiales? Los adolescentes.Cuando se redactaron los códigos que rigen las leyes de nuestro país, todo lo que acabo de enunciar no sucedía. Tampoco cuando se diseñaron políticas educativas o sanitarias. Tampoco cuando las instituciones -familia, escuela, religiones- podían regular sus vidas. Eran otros adolescentes aquellos, porque el mundo era otro, como eran otras las promesas que ellos escuchaban y que podían cumplirse. Los adolescentes avanzaron creando una cultura propia, disociada de las promesas de los adultos, que verificaron que no se cumplían, y asomados a un futuro imprevisible. Se defendieron de todo lo que tambaleaba y frente a lo cual nos sorprendieron atónitos o escasamente eficaces, y erigieron un poder que hoy nos desconcierta, porque es difícil entenderse con ellos. Al mismo tiempo que advertimos que ellos se entienden entre sí.En paralelo, una pléyade de adultos insiste en pensar, proceder y legislar como si no hubiese registrado el cambio y se pregunta cómo dirigir esas vidas adolescentes manteniendo los modelos tradicionales regidos por la punición. Los adolescentes actuales, comparados con aquellos que vivieron hace décadas, cometen transgresiones más violentas. También se mueren enfermos de sida, lo que no ocurría hace 30 años. Enfrentar ambas realidades no es un error metodológico; por el contrario, pone en juego una perspectiva que abarca los contextos sociales, económicos, políticos y psicológicos en cuyo ámbito los adolescentes escriben su historia.Política verticalistaLa política verticalista que conduce a legislar punitivamente a los adolescentes constituye, en el mejor de los casos, una ilusión de los adultos y un alivio para encerrar a los que se supone están en edad de discernir y, por eso, ser responsables. Discernir quiere decir separar, diferenciar, y ser responsable significa que alguien está dispuesto a cumplir con las obligaciones que le incumben. No son términos equivalentes. Se puede discernir entre el bien y el mal y no ser responsable. O ser responsable pero tener confundidos el bien y el mal. Se puede cumplir responsablemente con la ejecución del mal: ESMA.La cultura adolescente dispone de un poder desconocido para quienes insisten en comenzar sus discursos repitiendo etimologías: adolescente deriva del latín adolescere, padecimiento, en este caso referido a crecer. Desplazar el padecimiento adulto sobre los adolescentes es un modo de negar que nosotros adolecemos de adolescentes. Nos desconciertan porque no responden a los modelos tradicionales -salvo excepciones- y no están dispuestos a tomarnos en serio, salvo que nos mostremos seriamente preocupados por quiénes son, y no por lo que los adultos afirman que deben ser.¿Cuánto se tardará en asumir que el poder de decisión que adquirieron los adolescentes irrita profundamente a los adultos, porque los deja impotentes y estrangula los narcisismos más sólidos?Una legislación que modifique la ley penal para sancionar con entusiasmo a los menores de 18 años, tal como se anunció hace pocas semanas, no disminuirá el poder de la cultura adolescente, que es desconcertante por ajena e imprevisible. Como las transgresiones graves que ponen en práctica algunos de ellos. El poder que crearon contiene la alegría y la desfachatez de los jóvenes, y el desencanto precoz y peligroso de los frustrados.Los adultos no neutralizarán su desconcierto ante este poder verificando que un grupo de chicos menores de 18 años purga su condena. Muchos de esos adultos se enfurecerán cuando se enteren de lo que aquí significa reeducación en institutos para menores. Otros, los que promueven bajar la edad, estarán convencidos de haber hecho justicia en nombre de la sociedad; pero no ignoran que esa sociedad continuará colaborando en la fabricación de adolescentes transgresores, en tanto no se les provea a los chicos recursos que les garanticen su crecimiento y modelos éticos necesarios y suficientes.